una segunda oportunidad.

Y continuó, esperando, con paciencia a oír ese "clic" que había imaginado mil veces en su cabeza... Y luchó con todas sus fuerzas porque sonara. No sabía como imaginarse la muerte, si dolorosa, o cómo un simple tránsito. Nunca fue creyente, y sin embargo, se imaginó todas las formas posibles que existían de una vida más allá de la muerte. Esperó expectante unos segundos, tras apretar ese gatillo frío y un sonido seco que prosiguiera antes de dejar todo atrás. Y sin embargo, sólo sonó un chasquido leve que no le produjo el más mínimo daño.
¿Continuó pensando?, se preguntó con el corazón revolviéndose frenéticamente debajo de su pecho, con la camiseta empapada del sudor y la imagen de Nadia, como siempre, como todos y cada uno de los días desde que la conoció, mirándole con sus ojos plomizos. Y abrió los ojos, unos ojos que había apretado con tanta fuerza esperando a dejar todo atrás, que cuando los abrió, vió el mundo borroso. Pero seguía siendo el mismo mundo horrísono y repulsivo de siempre.

La lámpara temblaba encima de su cabeza, parecía como si también se hubiera sorprendido de aquel "final". Se sintió inmortal por un momento.. Ella le mantenía vivo, no quiso saber qué había sucedido, ni se lo planteó. Dejó la pistola en el suelo y salió a la calle, corriendo, en busca de Nadia. Si la vida le había otorgado una segunda oportunidad, no la iba a rechazar. Lucharía por ella hasta la muerte. Y decidió entonces que si él moría, ella moriría con él.

nos unimos al ritmo de frenesí.

La agarré del pelo con tanta fuerza que hizo un amago de un grito ahogado en dolor. Ella se aferró a mí y me arañó la espalda. Noté la sangre corriendo entre sus dedos, y lenta y pegajosamente, fue deslizándose por mi espalda. La apreté contra mí, con tanta fuerza que dio una exhalación brusca que entró por mis oídos y llegó a mi corazón, haciéndolo bombear de forma delirante. Alcé la vista hacia el techo y puse los ojos en blanco a la vez que nos movíamos, con frenesí, con premura, como exigiéndonos un mayor contoneo de nuestros cuerpos, como si al haber empezado ese ritmo frenético fuese imposible parar.

Tras haberme observado desde la ventana, Nadia entró en la casa y se colocó sobre mí. Sin decir palabra, sin mostrar nada en su rostro frívolo y superficial. Me miró con desdén antes de ajustar sus caderas sobre mis piernas, mientras que yo, sentado, la observaba con atención. Fue en el instante en el que noté el calor de su sexo a la vez que el mío penetraba en ella cuando me di cuenta que sería mía para siempre, que nos habíamos unido por fin y que jamás, nada nos volvería a separar. O eso creí yo, durante poco tiempo...

un corazón que no volvería a latir.

Hundió sus uñas en sus muslos, con rabia, con resentimiento, con exasperación. Un sentimiento exagerado e hiperbólico de locura. ¿Nunca volvería a verla? No lo sabía. No comprendió el motivo, ni el porqué. Vivía de unas pocas fotos que le había dado tiempo a sacar y las apretó con fuerza, con furia, en su pecho. Las estrechó de tal modo que sintió como el papel le hacía herida, justo en el corazón. Ese corazón que había dejado de latir y muy probablemente no volvería a hacerlo nunca.

Aedan cogió su pistola, con un deje de nerviosisimo fingido. La tensión y el dolor le llevaron a situarla en su sien. Sintió el frió metal golpeandole la cabeza y dudó. ¿Y si algún día volviera? Una lágrima afloró en sus ojos. Notó el corazón golpeándole el pecho con tanta fuerza que pensó que se le escaparía de las entrañas y se iría corriendo a por ella, a buscarla. Caminó hasta el baño y se miró en el espejo. Tenía la cara de un color oliváceo, hacía más de una semana que no comía apenas. Se miró el cuerpo, tanto la vida como su piel habían perdido todo su color. Fue entonces cuando recolocó la pistola en su sitio, en su frente, y apretó el gatillo.

Oh, Nadia.

Se encontraba en el salón, frenético. Se midió un par de veces la temperatura y la tenía perfecta, sin embargo se encontraba delirante y agotado. En el sofá comenzó a desvariar, imaginándola a ella, a sus curvas perfectas y a sus ojos fulgentes en las manos de otro hombre. Un hilo de bilis subió lentamente desde su estómago hasta su garganta. Se inclinó, quería vomitar, pensó que le aliviaría, pero no fue capaz. Oh Nadia, oh Nadia... repitió con tantas ganas de que nombrándola apareciese que se sirvió de una foto suya. La tomó con anhelo y la miró con ojos lacrimosos y suplicantes. No sabía cuánto tardaría en volver, pero la deseaba más que nunca. Miró hacia el techo y puso los ojos en blanco. Febril, hundió la mano en sus pantalones y la movió frenéticamente. Oh Nadia, oh Nadia, repitió para sus adentros.
Antes de llegar al éxtasis, un éxtasis que aúnaba dolor y placer, desvió sus ojos hacia la ventana. Y allí la vió, con los ojos como platos y un mueca de horror que desfiguraba su rostro.

nunca aceptó quedarse conmigo una noche.

Nunca se dejó tocar. Pensaba que llegaría a romperse si lo hacía. Me faltaban el aire y las ganas cuando pensaba en dejarla sola. Mas no tenía más remedio, nunca aceptó quedarse conmigo una noche. Era entonces cuando supe, que daba su amor a otros hombres, dejaba su olor en otras camas, su pintalabios en otros cuerpos y su placer en cualquier rincón oscuro.

Oh Nadia, no entendía entonces el por qué de continuar contigo. Fue tiempo después cuando me di cuenta, que era tu amor, ese amor de niña caprichosa, infantil y a la vez perfecta; ese amor de dulce y juventud que yo creía haber olvidado y que volvía locos a tantos, y sobre todo a mí, que ese amor Nadia, ese amor lo dejabas conmigo.

Le gustaba ver la vida en blanco y negro.

Era increíble, y me costó darme cuenta, que le gustaba ver la vida en blanco y negro, casi tanto, como a mí me gustaba observarla durante horas.
La expliqué mil veces que también existía el gris, que el mayor ejemplo eran sus ojos plomizos. Que a través de ellos se podían ver muchos más colores, pues en ellos se reflejaba todo.

Ella negaba con la cabeza una y otra vez, llevaba años pasando del más sumo desconsuelo a la máxima felicidad. Una vez llegué a pensar que sus ojos habían perdido cualquier otro color que hubieran podido tener por las cientos de veces que era capaz de obligarles a llorar, con cada tristeza, y con cada alegría.

¿Sabes que es lo peor de todo, Nadia? - la dije un día - que lo que más me gusta de ti es eso. Saber qué te emociona sólo con mirarte. Adoro verme reflejado en ellos. Sólo me queda una cosa por saber.. ¿En qué momento dejaste de ver el horizonte de la felicidad? ¿En qué momento cerraste tus ojos y comenzaron a llorar sin descanso? -le agarré su mano suave, frágil - Explícame qué ocurrió.

cuéntame todo.

-Cuéntalo tú- dijo dándome un suave toque y sonreí, encandilado, ante sus ojos.
-Qué remedio-respondí, con una sonrisa en los labios. Cuánto valoraba las sonrisas desde hacía tan poco, cualquier otra cosa me parecía mundana, ajena al mundo. Qué suerte poder sonreír hoy sin pensar en el futuro -Sonreír significa vivir el presente, ¿no te lo había dicho? Cuando lo haces es porque te sientes vivo, mi niña, vivo como me siento yo ahora.
-Llorar también-dijiste con esa voz tuya y te agarré.
-Está bien, les contaré la historia-acepté frunciendo los labios-Pero cuando me canse, sigues tú.